martes, 25 de septiembre de 2012

¡Bienvenidos, Los Mentirosos!




¡Bienvenidos, Los Mentirosos!


Nos merecíamos que surja una banda así, una banda nueva que la rompa y le ponga actitud a este triste cotillón que tenemos por escena. Porque a excepción de unos pocos —¡Y me sobran la mitad de los dedos de la mano!—, en nuestra ciudad, de nuestro palo, no hay nada para ver ni escuchar. Y bien digo ver y escuchar. No sólo conseguir sus discos y apurar unos tragos en la intimidad del hogar o del refugio transitorio mientras escuchamos tremendas letras, parece que vale la pena ir a verlos. No soy un mentiroso: todavía no tuve la suerte de presenciar un recital, pero algunas grabaciones y unos videos en internet me sacaron el miedo de llevarme una gran desilusión. ¿Hace cuánto que no tengo la mala fortuna de encontrarme sin plata para pagar el ingreso a un recital que me transmita algo? Mucho, muchísimo, suerte para mis bolsillos.
Su primer disco homónimo, Los Mentirosos, contiene doce temas uno mejor que el otro. Con letras que le ponen un poquito de barro a los borcegos, un toque justo de humor, y la crudeza necesaria que amerita el género. No intentan quedar bien con nadie, quien afine el oído escuchará algunas palabritas que pueden irritar a los intolerantes que defienden la tolerancia. ¡Son incorrectos, viva los mentirosos!


 
Y su segundo disco, que me llegó por obra de la piratería y promesa de no pasarlo a nadie mediante, mejora aún más, como si se podría madurar artísticamente en un tiempo tan corto. Se destacan las melodías, pero por sobre todas las cosas, las letras. Y no serían un completo acierto si no estuviesen en boca de Juan de Madrugada. Una suerte de tanguero forrado en cuero, con la mística de un viejo atorrante de bar. El guiño cómplice para la sonrisa compartida y consignas bien claras: Quiero tu tanga en mi canilla ó Con lo que gastamos en bares y en telos, pagamos un mes de alquiler entero…

Estribillos pegadizos, fiesteros, para que los vikingos levanten sus copas y celebren. Estribillos que serían excelentes para versionar en un estadio de fútbol, si no estuviesen poblados de cumbianteros monocordes y desprovistos de eses. El príncipe negro y los suyos, llegaron para quedarse. ¿Dónde carajo estaban metidos? Seguro que en algún bar, o en algún telo.
                                                                                            

  Nota:  Julián Mocoroa
  Fotos: Facebook Los menti melodramaticos




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